La Tilma, un restaurante operado por la iglesia católica del Sagrado Corazón en El Paso, Texas alimenta la vida de muchos migrantes mexicanos pobres.
El chef James Martínez en La Tilma, restaurante operado por la iglesia católica del Sagrado Corazón en El Paso, Texas, que brinda alimentos y despensa a unas 250 familias por semana.Credit…Ivan Pierre Aguirre para The New York Times
EL PASO, Texas — Hace 20 años, Amelia Lopez Patrykus se formó para recibir una comida gratuita y comestibles frente a la iglesia católica del Sagrado Corazón. Esa fila estaba a solo unas cuadras del río Bravo, la división natural entre México y su nuevo hogar en Estados Unidos.
Recién había llegado de Jalisco, México, junto con sus hijos, y en aquellos primeros años en Texas, la iglesia no solo le brindó sustento a través de productos básicos como arroz y latas de tomate, sino que también le ofreció apoyo espiritual y educativo. Ahí, su hija cantaba en el coro e hizo su primera comunión, y Lopez Patrykus tomó clases gratuitas para adultos y encontró trabajo… en La Tilma, el restaurante donde recibió esa primera comida.
En la parte central del Segundo Barrio, al sur de El Paso, donde muchos inmigrantes mexicanos viven en la pobreza, los residentes, en su mayoría de habla hispana, saben que el Sagrado Corazón es el lugar donde pueden recibir ayuda para pagar la renta, tomar clases de inglés y degustar una comida caliente.
La Tilma, nombre que conmemora la manta o sayo que llevaba san Juan Diego cuando, según el relato, la Virgen de Guadalupe se le apareció en México hace casi 500 años, ha sido un pilar para la comunidad desde su inauguración en 2003, y al frente está un chef que por lo regular prepara platillos que son familiares para los nuevos migrantes de México.
Los viernes de cuaresma, cuando muchos cristianos se abstienen de comer carne roja, aparecen opciones de pescado o especiales vegetarianos como sopa de lentejas, enchiladas y capirotada, un tipo de postre mexicano a base de pan que solo se prepara en los días previos a la Pascua.
“Si no sabe rico, no me la como”, dijo Dolores Domínguez, de 88 años, quien vive en una de las viviendas públicas del barrio. “A mí me encanta la capirotada”.
Si no existiera La Tilma, explicó, sus hijos tendrían que desplazarse en automóvil desde una reservación cercana para nativos estadounidenses con el fin de atenderla.
nytimes.com