

“Comer lonche en la calle por enviar una remesa es el ejemplo más claro de que el amor familiar no tiene fronteras.”
Por José Zabala, creador de contenido
Nueva York – En esquinas, parques o escaleras de edificios, muchos dominicanos que residen en el exterior toman su “lonche” una comida ligera, rápida y económica como parte de un sacrificio diario que va más allá del deber: enviar remesas a sus familiares en la República Dominicana.
Para ellos, comer de forma modesta no es una necesidad impuesta por la pobreza, sino una decisión consciente y solidaria. “Yo me como un pan con huevo o una empanada en la calle para poder enviar 100 dólares semanales a mi madre”, cuenta Juan, residente en Nueva Jersey. “No es fácil, pero lo hago por amor. Solo pedimos comprensión cuando no podemos mandar lo mismo todos los meses”.
Un sacrificio que sostiene la economía: Las remesas que llegan desde el exterior superan los 10 mil millones de dólares al año, convirtiéndose en una de las principales fuentes de ingresos de la economía dominicana. Detrás de esas cifras hay miles de historias de esfuerzo, sacrificio y amor por una patria que muchos sienten que ya no los valora como antes.
En tiempos difíciles, cuando los precios suben y los trabajos escasean, estos dominicanos se aprietan aún más el cinturón. Viven en habitaciones pequeñas, usan el transporte público, limitan sus salidas y gastos personales, todo para garantizar que “no falte nada en la casa, allá en Dominicana”.
Piden respeto, paciencia y empatía: Muchos de estos trabajadores sienten que su sacrificio no siempre es valorado. “Uno se parte el alma aquí, y lo único que recibe son quejas porque la remesa fue menor o porque no se puede resolver todo”, comenta María desde El Bronx. “Solo pedimos paciencia y que entiendan que también enfrentamos dificultades”.
Además, algunos piden que sus familiares eviten llamadas con noticias negativas constantes, que los desenfocan del trabajo y aumentan su ansiedad. “Nos llaman para decirnos que alguien se enfermó o que no hay para la comida. Eso nos quiebra por dentro, y muchas veces no tenemos cómo resolver de inmediato”, comenta Pedro desde Boston.
Voces desde el exterior:
• Luis, Miami: “Lo que uno hace por su familia no tiene precio. Pero duele cuando creen que uno vive en el paraíso y no valoran el esfuerzo”.
• Ramona, Madrid: “Dejé de comprarme ropa nueva para enviar más dinero cuando mi hermana estaba en tratamiento. Y todavía hay quien se queja”.
• Pedro, Boston: “Aquí también hay inflación, también hay deudas. Pero seguimos mandando lo que podemos. Solo pedimos respeto y comprensión”.
Llamado a la reflexión: El dominicano en el exterior no solo envía dinero, también envía amor, sacrificio, esperanza y una parte de su vida. Por eso, sus familiares, la sociedad y las autoridades están llamados a reconocer ese esfuerzo, integrarlos de forma real y garantizar que su sacrificio valga la pena.
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