Nueva York se llenó de fervor y expectación el pasado domingo cuando cientos de seguidores de Donald Trump se reunieron en el icónico Madison Square Garden para verlo en persona, apenas una semana antes de las elecciones del 5 de noviembre. La ciudad, símbolo del origen de Trump como magnate inmobiliario y figura de la cultura popular, sirvió como escenario para un mitin donde su retórica de “Hacer América Grande de Nuevo” resonó entre sus partidarios, muchos de los cuales viajaron desde diversas partes del estado y del país para escucharlo.
A lo largo de la mañana, sus seguidores comenzaron a llegar para asegurar su lugar en el interior del estadio, tras someterse a estrictos controles de seguridad. Incluso aquellos que no lograron entrar pudieron ver la transmisión del evento en pantallas colocadas afuera. Eric Milland, un jubilado de Yonkers, expresó su entusiasmo por ver a Trump en la Gran Manzana, aun cuando reconocía que la ciudad es un bastión demócrata. “Tenemos un gran problema. La inmigración es una crisis, nuestras salas de urgencias están llenas”, comentó, reflejando uno de los temas de campaña recurrentes del expresidente.
Mientras algunos se mostraban optimistas sobre la posibilidad de una victoria de Trump en Nueva York, la realidad parecía sombría; una encuesta de The New York Times daba a Trump un 27% de apoyo en el estado frente al 66% de su rival demócrata, Kamala Harris. A pesar de ello, Milland, quien había adaptado su gorra MAGA de 2020 a 2024 con un marcador, consideraba que “un milagro podría suceder”.
Las calles alrededor del Madison Square Garden se convirtieron en un punto de encuentro de diversas emociones y tensiones, no solo de quienes apoyaban a Trump, sino también de críticos que expresaron abiertamente su desacuerdo. Una mujer vestida con un impermeable verde confrontaba a los asistentes, mientras que otros manifestantes sostenían pancartas como “bienvenido a tu mitin nazi”, evocando recuerdos del pasado histórico de mítines similares. Esto no desalentó a los partidarios de Trump, muchos de los cuales ondeaban banderas y posaban para fotos, ignorando las provocaciones.
Un ambiente de seguridad máxima rodeó el evento, con la presencia del Servicio Secreto, la policía de Nueva York y agentes de paisano en cada esquina. Las inmediaciones del estadio también albergaban una terminal de transporte repleta de viajeros, y en los hoteles cercanos se alojaban migrantes con sus familias bajo el cuidado de la ciudad. Entre la multitud, un vendedor de camisetas pro-Trump negociaba con los transeúntes, mientras algunos curiosos observaban la escena.
Salvador, un profesor universitario retirado de Barcelona, paseaba entre los asistentes con su esposa. “Queríamos venir a ver, para mí es interesante. Algunas personas en Europa creen que estamos en contra de Estados Unidos, pero eso es solo la política de izquierdas allá”, explicó antes de continuar su camino hacia el aeropuerto para regresar a España.
La asistencia al mitin atrajo también a otros neoyorquinos y turistas que no necesariamente compartían el fervor de los partidarios de Trump, pero que no querían perderse el evento. Laura, una demócrata de 55 años que trabaja en el sector cultural, llevó a su hijo de 15 años, quien es admirador de Trump. “Así podremos hablar de esto y discutirlo más tarde”, comentó. Para ella, la experiencia fue reveladora: “En realidad, la gente es mucho más normal de lo que pensaba”.
El mitin de Trump en el Madison Square Garden no solo atrajo a sus seguidores más fieles, sino que también dio una muestra de la polarización política que atraviesa la ciudad y el país en general. Entre los gritos, las banderas, las críticas y el entusiasmo, Nueva York vivió un día de caos y fervor, donde las esperanzas de unos y los temores de otros se encontraron en una ciudad que Trump ayudó a moldear, y que ahora observa el desenlace de su legado político con miradas encontradas.
Por: Francisco Núñez, franciscoeditordigital@gmail.com