


El teléfono de James Carter no ha dejado de sonar desde que recibió la llamada de su jefe el lunes por la mañana. «Lo siento, James, pero estás despedido». No era un despido por desempeño, ni por recortes de presupuesto. Era el resultado directo del shutdown del gobierno federal, un estancamiento político que ha dejado a miles de trabajadores federales sin empleo y sin esperanza. Mientras el presidente Donald Trump y los líderes demócratas del Congreso se lanzan acusaciones en las pantallas de televisión, en los hogares de todo el país, familias enteras se preguntan cómo llegarán a fin de mes.
Carter, un veterano de 12 años en el Departamento de Transporte, es solo uno de los muchos afectados por los primeros despidos anunciados por la administración Trump. «Llevo años sirviendo a este país, y ahora me dicen que no soy esencial», confesó, con la voz quebrada. Su historia es un reflejo de lo que está sucediendo en todo el país: oficinas gubernamentales cerrando, servicios públicos suspendidos y trabajadores siendo despedidos sin previo aviso. «Esto no es solo un cierre de gobierno, es un cierre de vidas», declaró una empleada del Departamento de Agricultura que prefirió mantener el anonimato por miedo a represalias.
El origen del conflicto es el mismo de siempre: el dinero. Los republicanos, con Trump a la cabeza, exigen recortes en los subsidios del Obamacare, el programa de seguro médico que beneficia a millones de estadounidenses de bajos ingresos. Los demócratas, por su parte, se niegan a negociar algo que consideran un derecho básico. «No podemos permitir que se recorten los subsidios de salud solo para que Trump pueda decir que ganó», declaró la líder demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Pero mientras los políticos discuten, son los trabajadores como Carter los que sufren las consecuencias.
Lo más frustrante para muchos es que esto ya ha pasado antes. En 2018, durante el primer mandato de Trump, el gobierno cerró durante 35 días, el shutdown más largo de la historia. Ahora, con una economía aún recuperándose de la pandemia, los expertos advierten que las consecuencias podrían ser aún más graves. «Cada día que pasa sin un acuerdo, perdemos $6,000 millones», estimó un economista de la Reserva Federal. Pero en Washington, nadie parece dispuesto a ceder. «Los demócratas están causando la pérdida de muchos empleos», insistió Trump en una rueda de prensa, mientras los líderes demócratas respondían que los republicanos son los que se niegan a negociar.
El senador John Thune, líder de la mayoría republicana, admitió que el estancamiento podría prolongarse. «Mientras los demócratas lo quieran, esto puede durar indefinidamente», declaró en Fox News, dejando claro que no hay un final a la vista. Mientras tanto, en los estados más afectados -como Maryland, Virginia y California– los trabajadores federales se organizan para exigir una solución. «No somos peones en un juego político», gritó un manifestante frente al Capitolio. «Tenemos familias que alimentar».
El problema no es solo económico, sino humano. Muchos de los empleados despedidos son veteranos, padres solteros o personas con discapacidades que dependen de su salario para acceder a servicios médicos. «Tengo un hijo con autismo que necesita terapia», confesó una empleada del Departamento de Educación. «¿Qué se supone que debo hacer ahora?». Su pregunta queda sin respuesta, mientras en Washington, los políticos siguen culpándose mutuamente sin ofrecer soluciones reales.
Lo más preocupante es que no hay señales de un acuerdo. Las negociaciones entre demócratas y republicanos están estancadas, y mientras los líderes de ambos partidos se acusan en los medios, los trabajadores federales se ven obligados a recurrir a bancos de alimentos y pedir préstamos para sobrevivir. «Esto es una vergüenza nacional», declaró un sindicalista. «Estamos hablando de personas que han servido a este país durante décadas, y ahora las dejan en la calle como si no valieran nada».
Mientras el shutdown entra en su segunda semana, la pregunta que todos se hacen es: ¿cuándo terminará este sufrimiento? Pero en Washington, nadie tiene la respuesta. Y mientras los políticos siguen jugando al quién parpadea primero, son los ciudadanos comunes los que están pagando el precio de su ego y su incapacidad para llegar a un acuerdo.
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