por Karolyn García Cruz/ El Jaya
en Opiniones
Si hay algo en lo que todos coincidimos debe ser en que todos hemos experimentado una preocupación alguna vez, puede ser que algo nos esté preocupando en este momento o que nos vamos a preocupar por algo en algún punto de nuestra vida.
Me atrevo a suponer que preocuparse no está entre tus actividades favoritas. Preocuparse no es agradable, te pone inquieto, nervioso, irritable. Te produce dudas, te atemoriza, te entristece o te angustia, y no se queda ahí, porque también te distrae durante las tareas de tu trabajo, se te cruza por la cabeza mirando esa película, te llega de golpe ese pensamiento en una reunioncita con los amigos o se te aparece ya acostado en la cama, listo para descansar, prolongando la conciliación de tu sueño. Por tanto, ¿Qué de bueno puede tener preocuparse?
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Antes de llegar ahí, te pregunto primero ¿cómo defines la preocupación?
Déjame, te ayudo. La preocupación es la actividad cognitiva que reconoce la posibilidad de que ocurra un suceso que puede traer consigo consecuencias negativas. O sea, es anticipar un problema.
Ante la anticipación de consecuencias desfavorables de un evento x, nuestro cerebro simula las posibles conductas que derivaría el caso, e incluso la emoción que podríamos sentir ante el mismo. Por eso la preocupación y el miedo salen familia. El miedo produce la inquietud y el malestar del que hablamos anteriormente, y es el responsable de que este proceso cognitivo se experimente de forma displacentera.
Sin embargo, esta capacidad de imaginarnos un escenario negativo, sus posibles consecuencias y hasta activar en nosotros la posible emoción que ello desencadenaría, no está puesta ahí a lo loco, de hecho, tiene su propósito, tiene una función y aquí te la cuento.
Esta capacidad permite atender un problema incluso antes de que ocurra, proporcionándote la oportunidad de encontrar una solución adecuada al mismo o a sus consecuencias en caso de que sea inminente. Ahora bien, la preocupación es
un proceso que está orientado a dar con una solución, pero cuando no la encuentra, el malestar incrementa, el miedo es mayor, hasta la boca se te seca y aquí es donde se encuentran muchos, angustiados porque anticipan la “inminencia” de un problema y creen no tener una solución para el mismo o para sus consecuencias.
Por lo que, se infiere que esto último se trataría de un déficit en la capacidad de resolución de problemas, de distorsiones cognitivas alrededor de la conceptualización del problema o una ineficiente gestión emocional y la buena noticia es que todas las anteriores son habilidades, y las habilidades pueden adquirirse y/o entrenarse.
El hecho de que nuestro sistema cognitivo tenga la capacidad de prever un problema, y avisarnos para encontrar una solución antes de este ocurra me parece impresionante y reconocer que esta es la función de la preocupación nos otorga la oportunidad de responder a ella de una forma más ventajosa y conveniente para el objetivo de nuestro bienestar.