El pasado 15 de agosto 2025, tuve el privilegio de visitar la casa de veraneo de Su Santidad el Papa León, donde experimenté uno de los momentos más significativos de mi vida: poder verlo de cerca, saludarlo y recibir la comunión durante la misa que él mismo presidió. Este acontecimiento constituye una de las experiencias espirituales y humanas de mayor trascendencia en mi existencia, un símbolo de la cercanía con la fe y la universalidad de la Iglesia.
Este hecho memorable se suma a otros hitos históricos en los que, por la gracia de Dios y el devenir de la vida, me ha correspondido participar. Entre ellos destaco mis encuentros con el expresidente Juan Bosch en los años 1975 y 1983, encuentros que me permitieron apreciar de primera mano la visión y el legado de un hombre que marcó profundamente la política y la conciencia nacional dominicana.
Asimismo, tuve la honra de estar presente en la toma de posesión del doctor Leonel Fernández como Presidente de la República Dominicana, acontecimiento que inauguró una nueva etapa de esperanza y transformación para nuestro país.
Del mismo modo, fue motivo de gran orgullo presenciar la toma de posesión del congresista Adriano Espaillat en los Estados Unidos, primer dominicano en alcanzar tan alta investidura. Juntos hemos compartido, además, la oportunidad de visitar al presidente Joe Biden en la Casa Blanca, un reconocimiento al aporte y la presencia de la diáspora dominicana en la sociedad norteamericana.
Finalmente, conservo en mi memoria uno de los momentos más distinguidos de mi carrera diplomática: el almuerzo con Su Majestad el Emperador Hirohito en el Palacio Imperial de Japón en 1998, durante mi gestión como Cónsul en dicho país. Aquel encuentro simbolizó el respeto mutuo y el diálogo entre culturas, reafirmando la importancia de tender puentes entre pueblos y naciones.
Al evocar estos episodios, comprendo que la vida me ha concedido la gracia de participar en eventos que trascienden lo personal para convertirse en parte de la historia colectiva. Cada uno de estos momentos representa no solo un privilegio, sino también una responsabilidad: la de mantener viva la fe, fortalecer los lazos con nuestra comunidad y servir con humildad allí donde la vida me coloque.
