jueves 9 de octubre de 2025 05:32 am
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«Ruta mortal: Cómo los carteles mexicanos secuestran y asesinan a migrantes dominicanos»

El sol de las cinco de la tarde aún quemaba cuando Daniel Cabreja apagó el motor de la guagua turística en el estacionamiento de Caribe Tours en Verón. Era un viernes como cualquier otro en julio de 2025, pero esa noche sería diferente. Mientras sus compañeros de trabajo se preparaban para el fin de semana, Daniel revisaba por última vez su maleta: dos mudas de ropa, un par de zapatos resistentes, su pasaporte con la visa de turista recién obtenida, y una foto de su madre que guardaba desde niño. «En una semana estoy con ustedes», les había dicho a sus hermanos en Nueva Jersey por videollamada esa misma mañana. Nadie imaginaba que sería la última vez que lo verían con vida.

Daniel, un hombre de 32 años con manos callosas de tanto manejar y una sonrisa que sus compañeros de trabajo en Punta Cana extrañarían para siempre, había ahorrado durante dos años los US$3,500 que le cobró el «coyote» que prometió llevarlo a Houston. En Sabana Grande de Boyá, su pueblo natal en Monte Plata, todos conocían su historia: el niño que quedó al cuidado de su abuela cuando su madre emigró a Estados Unidos, el joven que se mudó a Punta Cana para trabajar como chofer, el hombre que soñaba con reunirse con su familia para finalmente construir esa casa que tanto prometió. «Era el más responsable de todos», recuerda su tío Ramón mientras muestra una foto descolorida de Daniel a los 18 años, posando frente a un tractor en la finca familiar. «Nunca se quejó de nada. Solo quería progresar».

El 20 de julio de 2025, Daniel abordó el vuelo JB1245 de JetBlue con destino a Cancún. Su plan era sencillo: llegar a Monterrey, donde un contacto lo llevaría a la frontera, y de ahí cruzar a Laredo, Texas, donde su hermano Juan lo esperaba con un trabajo en construcción. Pero México tenía otros planes para él. Dos días después de su llegada, mientras el grupo de migrantes en el que viajaba se dirigía a Nuevo Laredo, fueron interceptados por hombres armados que se identificaron como agentes de migración. «Era una trampa», cuenta ahora un migrante hondureño que logró escapar de ese mismo secuestro. «Llevaban uniformes falsos y armas AK-47. A Daniel lo separaron del grupo porque tenía familia en Estados Unidos y podían sacar más dinero».

Durante los siguientes dos meses, la familia de Daniel vivió un infierno que solo conocen quienes han recibido esas llamadas que parten el alma. El 5 de agosto, su madre María Altagracia recibió la primera: «Tienen a tu hijo. Pagan cien mil dólares o lo matamos». La voz de Daniel al fondo, temblorosa, suplicando ayuda. «Mamá, ayúdame». María, que trabaja limpiando oficinas en Nueva Jersey, no tenía esa cantidad. Entre todos los familiares lograron juntar US$15,000, pero los secuestradores exigían más. «Nos dijeron que no era suficiente», recuerda su hermano Juan, repartidor de Amazon en el Bronx. «Cada vez que llamaban, la voz de Daniel sonaba más débil. La última vez solo alcanzó a decir: ‘Rezen por mí. Creo que me van a matar'».

El 1 de octubre, el cuerpo de Daniel fue encontrado en un terreno baldío cerca de Nuevo Laredo, con un disparo en la nuca y las manos atadas. El informe forense, al que tuvo acceso este medio, detalla signos de tortura: quemaduras en el pecho y golpes en la cara. «Lo mataron como a un animal», dice su primo Miguel, quien intentó disuadirlo de hacer el viaje. «Le dije que era muy peligroso, pero él respondía: ‘Si otros pueden, yo también'». Ahora, en Sabana Grande de Boyá, su casa tiene un lazo negro en la puerta y sus vecinos han organizado una colecta para ayudar a la familia a repatriar su cuerpo. «No es justo», dice su tío Ramón. «Él solo quería lo que cualquier hijo: estar con su madre».

Mientras tanto, en Punta Cana, sus compañeros de Caribe Tours han colocado una foto suya en el tablero de la oficina, rodeada de velas. «Era el alma de este lugar», dice José Luis, su supervisor. «Los turistas lo querían porque siempre tenía una sonrisa y conocía todos los atajos. Ahora solo nos queda su recuerdo». En Nueva Jersey, su madre María Altagracia no ha podido dormir desde que recibió la noticia. «Quiero que mi hijo descanse en su tierra», suplica. «Pero no tengo ni para el funeral. ¿Dónde está el apoyo del gobierno?».

El Ministerio de Relaciones Exteriores de República Dominicana emitió un comunicado expresando «consternación» y ofreció «asistencia consular» para repatriar el cuerpo, pero hasta ahora no hay avances. En México, la Fiscalía de Tamaulipas abrió una investigación, pero en un estado donde solo 1 de cada 10 casos de secuestro se resuelve, las esperanzas son pocas. «Este no es un caso aislado», advierte Ana María Vargas, activista de derechos humanos. «El gobierno dominicano debe advertir a sus ciudadanos sobre los peligros reales de migrar por México. Hasta que no haya consecuencias para los carteles, esto seguirá pasando».

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