Una noche, un hombre tuvo un sueño en el que caminaba por la playa junto a Dios. En el cielo, vio pasar escenas de su vida, reflejadas en la suave arena dorada. Notó que en los momentos más difíciles y dolorosos de su vida, solo había una serie de huellas en la arena en lugar de dos.
Confundido y abatido, el hombre se volvió hacia Dios y le preguntó con voz temblorosa: «¿Por qué me dejaste solo en los momentos más difíciles?» Con una voz suave y amorosa, Dios respondió: «Hijo mío, en esos momentos te llevaba en mis brazos».
Al despertar, el hombre sintió un profundo sentido de paz y consuelo. Comprendió que incluso en los momentos más oscuros y solitarios de su vida, nunca estaba solo, porque Dios siempre estaba a su lado, sosteniéndolo y llevándolo a través de las pruebas con amor y compasión. A partir de entonces, el hombre aprendió a confiar en que, incluso cuando no podía verlo, Dios estaba siempre presente, guiándolo con amor infinito.