por Luis Alberto De León Alcántara/ El Jaya
en Opiniones
P. Luis Alberto De León Alcántara
Vivimos en un planeta donde cada vez más se hace costumbre hablar de estrés, fatiga mental, agobio emocional y de otras situaciones que perturban el desarrollo cotidiano de las personas. Parece ser que el internet, el cambio de época tan acelerado en que nos encontramos y las maneras tan diversas de ver las cosas, han provocado esta forma intensa de vivir, llevándonos a estar desenfocados, humana y espiritualmente. Es decir, cuando estamos sumergidas en una sociedad de muchas informaciones y pocas reflexiones, nuestra identidad, valores y proyectos, corren el peligro de ser empañados o abandonados.
Por eso, cada ser humano tiene su método para no permitir que los acontecimientos externos, dañen su paz mental, sus sentimientos o sus emociones. Algunos van al gimnasio, otros hacen yoga, mindfulness, entre otras experiencias para controlar las tensiones humanas en las que estamos inmersos todos. Pero, aparentemente esto no está mal, porque es una opción dentro de muchas, para no permitir que las realidades en nuestro diario vivir, terminen acabando con la vida. Lo difícil y complejo es, cuando hasta tomamos a Dios, especialmente la oración como parte del escape de nuestras afrentas del día a día, como excusa para no enfrentar los dilemas propios de nuestra humanidad.
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Sabemos que la oración es el medio para comunicarse con Dios. La vía para no sentirnos solos en este mundo. Orar es justamente confiar en Dios cuando estamos confundidos y necesitados de su iluminación divina. Por eso se dice que quien se humilla y ora, escuchará tarde o temprano la voz de Dios. San Pío de Pietrelcina tiene una frase poderosa sobre la oración: “Ora, espera y no te preocupes”. Quien acude a la oración, lo hace y lo debe hacer siempre desde la humildad, porque es la mejor forma de reconocer la grandeza del Creador de todo lo creado, en el cielo como en la tierra.
Sin embargo, es justo puntualizar que la oración no es relajación. Acudir a Dios para buscar ayuda y su protección, está bien, pero tomar a Dios como un estado de desestresamiento, como un calmante temporal, para escapar del mundo en que nos ha tocado vivir, es aprovechamiento espiritual. De ahí que es necesario comprender que Dios no es un amuleto, tampoco una anestesia colocada por varias horas para que la mente salga de este planeta para bajar tensión hasta lograr el objetivo deseado, para luego soltar lo espiritual…
En concreto, una cosa es relajarse, despejar la mente, hacer una pausa en la cotidianidad, y otra, es prender reducir a Dios a un simple refugio momentáneo. Además, no es justo pasarle la vida completa en acudir al Creador como si fuera un bombero o la sala de emergencia de un hospital. En otras palabras, tiene que llegar un momento de madurez humana, donde se acuda a la oración y a la presencia divina no como utilización, sino como agradecimiento y alabanza para seguir enfrentando con fortaleza y firmeza todo lo que nos salga al frente.