

En su juventud, Pepe Mujica danzó entre el anarquismo y el herrerismo, luego fue guerrillero y después llegó al poder apegándose a las reglas de la democracia. Vestido con un viejo jogging azul y una campera desgastada, el guardia salió de una construcción de hormigón que no era más grande que un ómnibus, con ventanas chiquitas y ubicada a escasos metros de la entrada a la chacra de Rincón del Cerro.
Detalles de su Vida: Dentro de lo que oficiaba de garita de seguridad, de camisa verde manchada con algo que parecía ser aceite, con los pantalones arremangados hasta la pantorrilla y sentado en una silla, estaba quien había sido el jefe de Estado latinoamericano más famoso del mundo, al que habían comparado con un rockstar, quien había inspirado decenas de libros y sus correspondientes traducciones, al que Kusturica le había hecho una película, y quien en Uruguay, puertas adentro, había sido —y aún era— celebrado y resistido.
Legado: Allí estaba José Mujica, el de la regulación del aborto y la marihuana, el de la fallida planta regasificadora de Gas Sayago y el trunco proyecto Aratirí, el del Plan Juntos y la UTEC (Universidad Tecnológica), el de la escandalosa liquidación de Pluna y también el del matrimonio igualitario.
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